Amarillo, amarillo, amarillo: imaginarios en torno a Los Cojines de Tunja
Palabras clave:
folclor, cultura, TunjaSinopsis
Este libro busca despertar atisbos a nuestra memoria mediante el poder de un color. Explora entre imágenes y relatos, las pervivencias que resplandecen a lo largo, ancho, alto y profundo de nuestro territorio.
El valle donde se despliega Tunja, guarda la energía que atrajo a los originarios para fundar una de sus principales sedes. Aún fluyen los mismos ríos, las montañas sagradas siguen guardando sus secretos y el pozo fundacional todavía permanece. Tunja se halla sobre el mismo paisaje de la antigua capital muisca y su tierra es la misma que pisaron aquellos indios de piel morena que nos evoca la historia, ataviados de bellas mantas de algodón y adornados por magníficas piezas de orfebrería.
Diversas tradiciones nos cuentan sobre caminos y procesiones rituales entre el Cercado del Zaque y el Pozo de Hunzahúa, entre el Pozo y Los Cojines del Diablo y entre el Cercado y los Cojines. Las crónicas nos hablan de la riqueza de los atavíos de los millares de indios que participaban en esas fiestas, que no tenían otro fin que asegurar el equilibrio y agradecer por el agua y el alimento. Los antepasados orfebres se encargaban de dar forma a las ofrendas que, en los momentos rituales, propiciaban la llegada de los buenos tiempos para siembras y cosechas de maíz, papas y cubios y demás plantas vitales.
Los caminos han tenido en la historia otras trayectorias, otras memorias y, por su puesto, sus consecuentes olvidos. Hoy en día, sobre el lugar que estaba el palacio del Zaque Quemuenchatocha, encontramos al Claustro de San Agustín, muestra de la imposición colonial y de la divergencia de culturas que tuvieron un encuentro histórico definitivo en este valle andino. Así, la ciudad creció bajo este signo y a través de casi quinientos años, nos hemos visto condicionados a desconocer, entre la diversidad de nuestras fuentes culturales, las huellas más consistentes con este territorio.
Hacia el lado occidental de la ciudad, en la falda del Alto de San Lázaro, montaña sagrada para los antiguos y donde se encuentran las piedras que tradicionalmente hemos conocido como Los Cojines del Diablo, hoy crecen los barrios periféricos donde habitamos los abandonados por la historia. Sin embargo, aquí es donde resplandecen los encantos, los cuales solo aparecen en momentos imprevistos, o cuando se desatan terribles aguaceros a algunos afortunados desprovistos de codicia.
En la parte baja de Los Cojines, entre la gran montaña de piedra, de tierra y de agua, se halla el umbral del Templo Muisca, lleno de riquezas donde todo es “amarillo, amarillo, amarillo”, según doña Elizabeth Sánchez.
Los Chyquys, chamanes o mojanes realizaban aquí sus más ocultas ceremonias y aún continúan allí con su labor de salvaguarda del territorio.
Dentro de todos los relatos, resaltamos el de “El indio que cerraba la llave del agua”, que encuentra su soporte histórico en la narración del historiador Horacio Isaza titulada “El misterio de la Fuente”. Camocha, el protagonista, un moján que poseía el secreto de pactar con el agua, nos ofrece una historia de dignidad y de valentía. Pero ante todo, nos delega una gran responsabilidad, la de comprender el sentido del tesoro que garantiza la vida. Es muy triste constatar la irreparable contaminación de los ríos y las fuentes de Tunja: el río Jordán se ha convertido en la alcantarilla de la ciudad para verter los desechos al río Chicamocha, el río Farfacá está desapareciendo y el pozo fundacional se está secando.
La imagen del pectoral Suetyba, halla- do en las inmediaciones de la Fuente Grande, misma donde Camocha efectuó su sacrificio, nos evoca toda la significación del conocimiento indígena, su poder y su sentido inseparable del territorio. Se trata del poder del ave y la trascendencia de su vuelo, tam- bién del conocimiento que posee la capacidad de intervenir y fusionarse con el todo. Por ahora, solo podemos imaginar, viendo al pectoral tras el cristal de las vitrinas del Museo del Oro en Bogotá, los vuelos de su chyquy a través de estos páramos y valles de Boyacá y Cundinamarca.
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